Ventana multiforme a la riqueza artística, cultural, religiosa y política de España
Pedro Fernaud QUINTANA
El Real Monasterio de El Escorial fue construido en sólo 20 años, entre 1563 y 1584, por orden del monarca Felipe II (Palacio de Pimentel, Valladolid 1527-1598 El Escorial), quien fue rey de España durante 42 años en un tiempo en el que nuestro país era un imperio cuyos territorios incluían una buena parte de Sudamérica aparte de plazas importantes de Europa, África y Asia, entre otros enclaves (http://www.polavide.es/edadmoderna/imperioFelipeII.html).
El Monasterio del Escorial lo fue todo para este devoto monarca: hogar, retiro espiritual, oficina imperial y lugar de rezo y formación, tendencia que plasmaba en su afición al estudio (afán que queda de relieve en la riqueza de fondos de esta biblioteca, que en su momento fue considerada la segunda más importante del mundo, tras la del Vaticano). Cuando la visitas, impresiona cómo están dispuestos los libros (con las hojas hacia fuera, en posición invertida a la habitual, para dar el realce así a las páginas de oro, bañadas en este material como sinónimo de poderío, que intimidaba y maravillaba a quienes tenían la fortuna de acceder a este templo del saber) y el techo, que imita, con sus escenas celestiales, el de la Capilla Sixtina. Entre los volúmenes que se aprecian, en vistazo de visita, se entreven tratados en latín y hebreo, así como ilustraciones medievales que remiten a la Escuela de Traductores de Toledo.
Todas esas vertientes quedan de relieve en la disposición del complejo, que aloja un palacio real, una basílica, un panteón, la ya mencionada biblioteca, un colegio y un monasterio. Todo el conjunto arquitectónico tiene forma de parrilla, en homenaje a San Lorenzo, el mártir que murió abrasado en una parrilla por defender su fe, y personalidad que da nombre al monasterio por la fecha de la victoria que el imperio español obtuvo sobre Francia en la Batalla de San Quintín, en el marcó de las Guerras italianas, hito fundacional del. Monasterio, con el que se quería honrar el valor de esa victoria en la batalla.
Visitar el Monasterio es un espectáculo para los sentidos y un desafío a la faceta paseadora. Es recomendable contratar una visita guiada (máximo de 5 personas en tiempos de Covid; nosotros tuvimos la suerte de contar con la experiencia de una guía que mezclaba erudición y gracia en el relato de la anécdota) y en total son dos horas y media de visita, aproximadamente. Por el camino, disfrutamos del gusto por el detalle y la ornamentación de las diferentes estancias palaciegas y monacales. Llama la atención cómo se ha perdurado el rito de enterar a los reyes y nobles de los últimos cinco siglos en el mismo enclave (el mausoleo de los reyes y reinas está vedado a los visitantes en tiempos de pandemia. Aun así impacta conocer que el linaje de Austrias y Borbones descansen en el mismo lugar. También la belleza de los detalles escultóricos de algunos sepulcros, como el de Juan de Austria, así como esa tarta en la que yacen los restos de los infantes que murieron en aquellos tiempos, que por cierto son cantidad mucho más amplia de lo que hoy día representan las muertes infantiles, dato que adquiere aún más conmoción si pensamos que son los pequeños de las familias más acaudaladas. Estremece pensar lo que ocurriría con los vástagos de las familias más humildes).
También cautiva el valor y la fuerza de algunos cuadros, como el uso del aire de Velázquez o la vibración cromática de El Greco. En suma, visita muy recomendable para conocer el legado artístico, político y religioso de nuestro país de aquel tiempo en que éramos los Estados Unidos, la China de la época, con todas las riquezas y oscuridades que esta posición suele comportar.
Autor: Pedro Fernaud Quintana
Alas y Raíces 